"La
democracia y la presencia de una cultura popular cívica, de respeto por
la ley y de defensa de los derechos civiles, comienzan a ser de nuevo
bienes escasos.
En las sociedades que se definen más democráticas
viven ciudadanos que hablan varias lenguas y pertenecen a diferentes
religiones y grupos étnicos.
La reacción actual frente a todo
eso se organiza en torno a la identidad nacional y la defensa de un
orden ecluyente del otro, del que no es como nosotros. Y lo más
relevante -que no paradójico, porque así fue en los momentos más
trágicos y violentos del siglo XX- es que son los grupos más pobres y
desposeídos los que, estimulados por los que viven bien y causan su
miseria, perciben que la democracia y la libertad son la puerta de
entrada a todos los males. Y temerosos de esa sociedad abierta, se
inclinan hacia el autoritarismo. La incompetencia y corrupción de
algunos partidos históricamente establecidos hacen el resto.
No
nos tranquilicemos: no es solo el desastre económico el que hace crecer a
la ultraderecha y a los populismos excluyentes. Se convierten en
alternativas y polos de atracción porque desde arriba se aplican
políticas para estimular la desigualdad y desde muchos medios de
comunicación y en las redes sociales se apela al miedo al otro. E
instalados en la obediencia y en la mentira, contemplamos lo esperado:
que aparezcan salvadores, vendedores de soluciones para el auténtico
pueblo. Y sin darnos cuenta, el abismo."
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